Estoy en un evento donde un selecto grupo de jugadores de básquet jóvenes se muestran para ser elegidos por algún equipo de la NBA. Traducido: si te eligen, tu estabilidad económica estará garantizada para siempre y si no te eligen, pues, bienvenido a la vida de cualquiera de nosotros, a trabajar.
El día a día de este tipo de coberturas es una batalla cuerpo a cuerpo. Hay que chocar para hacerse un lugar y preguntar, negociar, trasladarse, transportar equipos; despertarse temprano y acostarse tarde. Todo pasa por el cuerpo.
En su libro, “Zen en el arte de escribir”, Ray Bradbury pondera el aspecto físico en el oficio de escribir; dice que es una forma de supervivencia, “uno tiene que mantenerse borracho de escritura para que la realidad no lo destruya. [...] Tomar una pizca de arsénico cada mañana para poder sobrevivir hasta el atardecer. Y otra pizca al atardecer para sobrevivir y algo más hasta el alba. La microdosis de arsénico así ingerida lo prepara a uno para no ser envenenado y destruido por completo”.
La pregunta entonces es ¿Cuánto hay que dar de uno para entregarse a su oficio -o como vimos hace unos días, a su realización como persona-? ¿Hay que darlo todo?
“Darlo todo” es una expresión que queda muy bien aplicada casi en cualquier conversación o argumentación. Nadie va a elegir el camino de “dar un poco”, por lo menos no de manera pública. Como si fuese una arenga, todos gritaremos “¡Sí!” ante el pedido de darlo todo.
¿Y cómo sabemos que lo dimos todo? ¿Cuál es la garantía de que no se pudo hacer más? ¿Cómo se justifica?
Pienso en los jugadores que tengo enfrente jugándose esa oportunidad de estabilidad económica en cada pelota. Tengo que aclarar algo, cumplí 40 años, crecí en los noventa, la estabilidad económica para mi generación es el techo al que se aspira llegar. Un animal mitológico. Y si se llega a cierta estabilidad comienza el miedo a perderla, así que nunca se la obtiene del todo. Por eso estoy preocupado por el bolsillo de estos chicos. Pero al margen de los beneficios económicos, cada pelota que se pone en juego, es una oportunidad para estos jugadores para cumplir su sueño. ¿Buen momento para dejarlo todo, verdad?
Sigo apoyándome en personas que pensaron esto mejor que yo y llego a Kobe Bryant, otro maestro zen, quien estaba en contra de “darlo todo” para aprovechar una oportunidad. Kobe sostenía que “no lo vas a lograr todo en un día, en una semana o en un año. Es el proceso de darlo todo cada día y hacerlo así durante un largo período de años. Ahí es cuando creas tu obra maestra”.
Voy a darle la razón a Kobe porque es la única manera que encuentro en la que hay cierta garantía de saber cuánto se dio. Si todos los días de tu vida registrás una carrera de 100 metros en 10.5 segundos, cuando hagas 10.4 ó 10.6 sabrás si lo diste todo.
Volvemos a Bradbury y completamos el concepto: No hay necesidad de tirarse de cabeza para demostrar el entusiasmo, una microdosis diaria de darlo todo, aunque no se termine destacando por algo puntual, garantiza dormir tranquilos al final del día. Se ha dado todo.