31 de mayo. Jirafa bebé.
Desde que llegué a Dallas sueño con una jirafa.
No solo la sueño, soy su dueño. O mejor dicho, ella es mi mascota.
Es una jirafa bebé de unos 30 centímetros de alto que se mueve en cámara lenta. Parece un personaje animado de alguna película de Marvel, pero muy mal animado. Es un poco deforme, cabezona, ya que es bebé y todavía sus proporciones no tienen su forma definitiva. Sus movimientos son demasiado lentos y descoordinados, lo cual me ayuda, porque la hago vivir en un balcón que no es el balcón de la casa que estoy habitando, porque no tiene balcón, solo ventanales. La tengo en un balcón con balaustres bien gordos, pesados, de esas construcciones que ya no se hacen
–y que nunca se hicieron aquí en Dallas– y en un cantero que se forma ahí vive mi jirafa.
La sueño cada día. Sueños cortitos: abrir la ventana del balcón, salir a ver si está y desaparecer.
Hoy, cuando la fui a visitar, la noté un poco más negra, como una banana a la que le fueron pasando los días. Algo pasaba, estaba más descoordinada que de costumbre. Ahí me di cuenta de que yo estaba saliendo todos los días a verla, pero nunca le daba de comer. La jirafa estaba muriendo de hambre y yo, como responsable de la mascota, caí en una terrible angustia.
No sé cómo seguirá mi jirafa bebé mañana. Hoy es día de viaje y ya no voy a dormir en Dallas. Dudo que me permitan llevarla conmigo en el avión. Me enteraré cuando duerma.